Mis recuerdos

Día 1

Durante éste viaje tuve un constante flashback, fue como repetir una película con la misma puesta en escena la misma iluminación, pero era con un guión improvisado y unos actores diferentes.

El primer día tuve esas ganas acumuladas, ese privilegio de tener más ganas que los demás, más ilusión porque sabía que me deparaba estos días, y poder ver de nuevo a mis amigos marroquíes que conocí el pasado año.

Esas ganas se convirtieron en felicidad cuando fui el primero que pasó la aduana en Tánger y salí en el puerto donde esperaban amigos del año pasado como Ammed, Said, Zakarias, Shayma, Ahlkam, Fautoma, Kaoutar, donde me recibieron gritando mi nombre y salí apresuradamente a darles un emotivo abrazo, donde también todos los que en ése momento aún no conocía me recibieron con el mismo entusiasmo.

Fue nada más llegar, en tan solo en un instante llegue a sentir todo ese cariño que me dieron durante el pasado año.

Dicen que la música une a los pueblos y qué gran verdad, nuestros amigos marroquíes nos deleitaron con sus canciones y bailes que hicieron animar a los españoles y haciéndonos participes de ello.

Estuvimos en Tetuán donde hubo un momento en el que nos perdimos un instante un grupo y es cuando nuestros amigos marroquíes nos hicieron sentir más seguros con su compañía y gracias a ellos conseguimos no perdernos del todo.

A la noche disfrutamos todos de un menú compuesto por pescado fresco de la localidad y pollo al son de un concierto de música marroquí que tenían puesto en el televisor, música que nos acompañó la mayor parte del viaje.


La primera mañana nos toco visitar Moulay Bousselham, que nos brindó un día de sol que llegó a broncearnos la piel. Todos quedamos admirados con la pureza del aire de la playa, y aún más cuando veíamos en la lonja como los pescadores llegaban con pescados, langostas enormes, incluso pequeños tiburones, con los que muchos nos retratamos. Compartimos un viaje en barca en el que mediante unos prismáticos pudimos observar las aves mientras la brisa nos rociaba la cara, luego en la playa mientras algunos disfrutaban del almuerzo a escasos metros de la orilla otros disfrutaban jugando con los compañeros marroquíes incluso enterrando a alguno en la arena.

Todos comentaban sobre la pasada madrugada que les despertó la llamada a la oración que se percibía mediante dos altavoces situados en la mezquita entre el silencio de la madrugada aunque algunos que estaban tan cansados apenas lograron oírlo.


A la mañana siguiente nos tocó visitar las montañas del Rif, fue uno de los viajes más largos. Pero mereció la pena, estuvimos en contacto con la naturaleza de principio a fin, ascendimos a la montaña, con la compañía de dos burros en el que pudimos montarnos, disfrutar de la pureza de sus paisajes con un colorido al que no estamos acostumbrados a ver en Sevilla, el olor de las margaritas, el compartir en plena naturaleza sin artificios de un guiso con alubias y unos jureles hicieron valorar más ese momento, todo lo que nos proporcionaba ese lugar. El poder ver alejado de la ciudad como un grupo de hombres cantaban canciones marroquíes con sus instrumentos tradicionales, disfrutando en compañía de ese magnífico escenario y con el que nos animamos y cantamos con ellos unas sevillanas que bailaron las chicas.

Mientras más observaba sus costumbres, el folklore, su forma de ser con el forastero que siempre te atendían, sus ganas de cantar y bailar en cualquier lado de forma improvisada, me recordaron en muchas ocasiones a la forma de ser de los andaluces.


Rabat, la capital, ciudad que en algunas zonas si no fuera por la presencia de mezquitas no parecería una ciudad islámica, aunque las avenidas largas y los edificios modernos no consiguieron camuflar la grandiosa arquitectura y el magnífico mausoleo donde pudimos escuchar la lectura del Corán junto a las tumbas de los antiguos reyes.

Observando la torre Hassan todo lo que le rodeaba, me volvió a impresionar, un paisaje que no tiene que envidiar en absoluto a lugares céntricos de otras ciudades europeas.

La arquitectura de las paredes y las vidrieras dotaban de arte cualquier milímetro de las infraestructuras.

La dualidad de la capital se intuía entre la majestuosidad de la torre y la mezquita y el zoco en el que mucho practicamos el regateo, y disfrutamos de algunos manjares que se vendían en puestos ambulantes.


Era un día esperado con ilusión por los alumnos marroquíes que tenían muchas ganas de enseñarnos la ciudad de Ifrane, que cuando logré verlo entendí el motivo de ese entusiasmo, fue algo extraño al bajar del autobús fue como estar en otro sitio del mapa: los edificios, el clima nos despistaban de todo lo visto anteriormente en las demás ciudades, solo se intuía que estuviésemos en Marruecos por como se insinuaban en la altura algunas mezquitas a través de los edificios.

Tras el convencimiento que nos dio ese olor a carne a la brasa decidimos ir a comer un delicioso plato de cordero asado típico de Marruecos, cuyas especias le hacía ser exclusivo de allí.

Caminando entre unas calles muy cuidadas tanto por su pulcritud como con sus cuidadosos jardines hacían de un escenario idóneo para un spot de TV.

Tras hipnotizarnos en Ifrane comimos un tiempo que nos obligó a hacer una visita en fast forward pero no por ello menos productiva en Meknes, entre sus murallas hechas por los cristianos buscamos la plaza central en la que se montó un mercadillo improvisado con el que convivían mimos y personas que cantaban, anexo al propio mercado en el que rebozaba el olor a fruta, especias y pescado asado.

Fue una de las ciudades que más me gustó aún estando tan poco tiempo.

El ambiente nocturno que se intuía con las terrazas de los bares y azoteas que presumían de vistas donde compartir un té.

Fue una ciudad que me dejo con ganas de más y en la que en un futuro pienso volver.


Nos perdimos por la Medina de Larache. Un paseo matinal, por los aledaños de Larache donde residíamos, que apenas habíamos conocido hasta este momento.

Fuimos a visitar un conservatorio de música que fue donde estaba el hermano de Gabriel, un chico marroquí que se prestó a darnos un paseo en un descapotable a varios españoles.

 

El tráfico para la persona que viene de fuera es algo que puede llegar a impresionar ya que los peatones cruzan sin temor alguno e impiden que los conductores no puedan quitar un ojo a la conducción, fue un momento que difícilmente olvidaré el poder darme un paseo por Marruecos en descapotable.

En el puerto pesquero a los aledaños un señor que vendía sardinas asadas se sorprendió de ver españoles y nos dio sus muestras de cariño, es un detalle que no dije con anterioridad, pero es cierto que quizás desde fuera pueda parecer lo contrario, pero por lo vivido el cariño con el que te tratan en cualquier tienda o calle al enterarse que somos españoles es enorme.

Por la noche visitamos el Hamman, que fue algo que el primer año que fui, no visitamos, y a mí personalmente fue  lo que más me encandiló del viaje, quizás por ese desconocimiento, el miedo a no saber qué es, hizo que fuera algo novedoso. Acabamos todos disfrutando, tirándonos cubos de agua mientras nos rociábamos con un jabón puro que nos dejó la piel como si hubiésemos rejuvenecido 10 años.


Visitamos la escuela naval, que me sorprendió muchísimo al ver las dotaciones que tenían de equipos siendo una escuela pública todos los medios que disponían, la cantidad de ordenadores de última generación y todo tipo de simuladores al detalle perfectos para el estudio.

Al terminar me dirigí a la que se puede decir que fue la mejor comida que hicimos en la semana. Estuve en casa de Omayma con Fatoma, que fue la chica que me invitó a su casa a comer el pasado año donde también estaba Omayma, y realmente me sentí como si estuviese comiendo en casa de mis amigos de toda la vida, el trato fue exquisito, la hermana de Omayma sabía un perfecto castellano y nos conto anécdotas de su estancia en España mientras comíamos un delicioso cuscús unos dulces y té.

Nos decoraron con tatuajes de henna típicos de allí.

En ese momento me sentí como si yo llevase a tres amigos españoles a la casa de mis dos amigos marroquíes de toda la vida, fue especial por que el trato que me dieron estas compañeras durante el viaje fue como si estuviese en mi casa.

Cuando abandonamos la casa de Omayma antes de coger el taxi, observamos como una aglomeración de hombres caminaban hacia nosotros, nos quedamos atónitos, cuando iban acercándose se oían gritos de ¡Ála!, ¡ Ála!. Omayma nos indico que era una persona que llevaban a enterrar, la llevaban sobre andas, cubierto con una sabana, solo acompañado por hombres que caminaban sin cesar al son de la oración que continuaba sin detenerse, para mí fue el momento más curioso del viaje.

Por la noche se hizo una fiesta despedida que se intercaló con el derbi sevillano, era curioso ver a españoles con ropas marroquíes con chilabas, y a chicos marroquíes vestidos del Betis.

Fue un poco triste porque nos despedimos de muchos al finalizar esa noche y muchos decidieron también quedar el próximo día para despedirnos una vez más.


El ultimo día fue el más triste, el día más corto, la despedida, que aunque en la noche anterior nos despedimos de muchos amigos, el viernes fue el ultimo adiós, aunque más bien un hasta luego, ahí quedan los recuerdos inolvidables, las vivencias, la amistad que será eterna, en la que quedó claro que solo nos separa el mar, sin distinciones de ningún tipo, donde el ultimo adiós que muchos se brindaron entre lagrimas dejó claro que aunque se dijese en castellano el lenguaje que se habló fue el de la tolerancia, el respeto, la igualdad y el cariño.

Gracias a este proyecto que te da la oportunidad de conocer la cultura en primera persona, llegar más a las personas marroquíes, que te enseñen su ciudad, sus creencias su cultura… a mí me ha hecho ser un enamorado de la cultura marroquí, y de Marruecos donde en 2 años he ido 2 veces y no será la última.

Gracias a todos por esta semana, en la que he conocido a personas magníficas tanto marroquíes como españoles y aparte del recuerdo me llevo amigos para toda la vida.