Diario de Pedro Gallego IV

DÍA 3: PASEO POR TETOUAN

De nuevo el sol que entra fuerte por la ventana me invita a saltar de la cama más temprano de lo necesario, pero es que no quiero perder la oportunidad de ver despertar la ciudad mientras saboreo el desayuno, seguro de que estaré bien acompañado… y así es. Allí encuentro, en esta ocasión, a más de uno de los profesores, y al poco tiempo se nos incorporan otros madrugadores que parecen no querer perder ni un minuto, como me ocurre a mí…

La salida se produce con retraso, como siempre, y nos advierten que ese día será largo, pues el viaje es difícil y realizaremos algunas parada. El nuevo grupo de alumnos marroquíes que nos acompaña hoy está más distante, posiblemente porque dominan peor el idioma; y si somos nosotros, mejor ni hablamos. Pero a pesar de las dificultades, seguro que conseguiremos entendernos. En el momento que arranca el autobús sufrimos uno de los momentos más difíciles hasta este punto del viaje, pues el profesor Said, haciendo uso de la razón y la lógica que los sentimientos nos nublan a los “no tan adultos”, no permite subir al autobús a tres alumnas que nos habían acompañado en los días anteriores. Por un momento nos cuesta entender su decisión, pero que resulta ser razonable, sobre todo por justicia para con los demás participantes en el proyecto. Pero para nosotros fue un “palo”…

Pronto empezamos nuestro trayecto, una vez más no exento de “accidentes” estomacales y mareos, pero que nos deja en el camino algunas estampas inolvidables, como el “Muro de la Vergüenza” en forma de alambrada que separa de su tierra a ese sinsentido que es Ceuta,o una de las mayores obras de ingeniería portuaria del momento, la Puerta de África, o nuevo puerto de Tánger/Zona Norte de Marruecos. Esta magnífica obra me da bastante que pensar, pues es una perfecta muestra de que algo está cambiando en Marruecos, y quizás ya no esté tan lejos de nosotros, incluso repitiendo algunos de nuestros errores… Absorto en mis pensamientos alcanzamos la ciudad de Tetouan, actual casa de Imad, que hoy también nos acompaña, y que nos hará de anfitrión. Se trata de una ciudad de similar perfil a todas las de la zona norte, con un “acento” español en sus edificios de la zona centro, excluyendo, obviamente, la medina.

Con poco tiempo, paseamos por la medina de la ciudad, entre gentes y cientos de puestos de comida y enseres, manteniéndonos unidos con bastante dificultad. Por un momento, la mezcla de olores y sensaciones del corazón de esa ciudad viva me transportaron a la obra de “El Perfume” (P. Süskind), y a la descripción que hace de los mercados medievales, donde el aroma del pescado, la carne y los alimentos frescos se mezcla con un ligero olor desagradable… No obstante, tuve que salir de mi enajenación para no perderme en el serpenteo de calles hacia una casa de venta de pieles, que nos permitió subir a su azotea y contemplar la telaraña en la que estábamos sumergidos desde arriba. Al tratarse de una casa corriente, las vistas no eran demasiado acogedoras, pero permitían dibujar el entramado de calles, callejuelas y callejones en el que estábamos.

Proseguimos nuestro avanzar entre tiendas que comenzaban a cerrar, no sin intentar una última vez, vender algo a ese gran grupo de turistas que mirábamos atónitos ciertos rincones del lugar. De esta manera, y aproximándonos cada vez más a la hora de comer, abandonamos la penumbra de los callejones para desembocar en la gran plaza del Palacio Real, donde bajo un sol abrumador, y para nuestra sorpresa, se encontraba reunido el Rey con su Consejo de Ministros. Este hecho, que en podía ser interpretado como una gran noticia, sólo lo fue a medias, pues limitó bastante nuestras expectativas de visita, al tener cortados todos los accesos a las dependencias cercanas al Palacio, así como las grandes arterias de la ciudad. Entre tanto, el estómago de algunos comenzó a rugir y nos encaminamos a la búsqueda de algo que llevarnos a la boca… Con el profesor Said como guía (una vez más, sin su ayuda no hubiéramos descubierto casi nada) encontramos una casa de bocadillos, muy al estilo de lo que venía siendo la dieta habitual de muchos de los viajeros; pero yo no quería comer un bocadillo “normal” otra vez, quería algo distinto.

La casualidad me arrojó al lado de César, Adolfo y Jesús, que estaban parlamentando con un señor mayor que hablaba un perfecto castellano, posiblemente fruto de los años de ocupación española, y que nos recomendó un sitio donde ponían unos bocadillos estupendos, y que era propiedad de una mallorquina afincada en la ciudad. El generoso caballero nos invitó a seguirle para indicarnos dónde estaba, y así lo hicimos, no sin antes “agarrar” un nuevo integrante para el grupo: Joselu, que ya comenzaba a sufrir en su cuerpo las consecuencias de la falta de costumbre de nuestros estómagos a la comida y agua marroquíes. Así, los cinco seguimos al anciano durante varios minutos, internándonos de nuevo en la medina, y abandonando la idea inicial de no apartarnos demasiado del lugar de encuentro. Tras callejear un poco más, llegamos a una lujosa puerta, que atravesamos un poco dubitativos, dando a parar al hall de un precioso palacio perfectamente rehabilitado, y que resultó ser un pequeño hotel con restaurante. Tras dudar un momento, y con la certeza absoluta de que allí no servían bocadillos, nos decidimos a pedir unas cervezas para nosotros y una sopa para el anciano, mientras nos poníamos cómodos en una robusta mesa de madera. Las cervezas vinieron acompañadas de aceitunas, almendras tostadas y una cazuelita de un cocido muy similar a los tradicionales españoles, y con eso nos dimos por comidos. Mientras tanto, charlábamos con el anciano sobre su vida, acertando a comprender que su memoria se mezclaba con la fantasía.

Tras despedirnos del anciano, no sin agradecerle antes su amabilidad, emprendimos el camino de regreso al punto de encuentro a paso ligero, pues aunque aún faltaba un buen rato para la hora fijada, queríamos integrarnos de nuevo en el grupo. Al alcanzarlos, comprobamos su intención de no seguir curioseando la ciudad, por lo que César, Adolfo, Jesús y yo mismo dimos media vuelta y nos adentramos en las callejuelas comerciales de la medina, pero esta vez por una puerta distinta. Allí dentro nos hicimos con unos pastelillos que reforzaron lo ya comido en el hotel y que nos proporcionaran fuerzas hasta la llegada a Larache, y los fuimos comiendo a la salud de Jesús, que cumplía 50 años, mientras paseábamos por la medina.

Cuando el tiempo comenzó a escasear, nos dirigimos al punto de encuentro, donde encontramos, para nuestra sorpresa, una iglesia cristiana, no sin antes ver desde lejos pasar el coche del Rey, al que algunos de nuestros compañeros vieron en primera fila. Desde allí, y tarde como siempre, emprendimos la marcha hacia la zona donde la policía había enviado a Yunes con el bus, con todo el lío del Rey. Y durante ese paseo pudimos ver la zona más española de la ciudad, con edificios similares y coetáneos a muchos de los que podemos encontrar en Sevilla y España, sobre todo de corte castrense. En ese largo paseo nos vamos despidiendo de Imad, que se queda aquí, pues tiene que seguir su rutina habitual de estudio, no sin antes pararnos en varios lugares a llamar la atención, dejando nuestro sello en las gentes de Tetouan.

El camino de vuelta es siempre difícil, por lo largo, y empiezan a escucharse voces que se quejan de ello, pero a las que no debemos dar más importancia de la que anecdóticamente puedan tener, pues se verán recompensados al final de la experiencia… en el bus, se anuncia una novedad con respecto al programa (sí, ése que no estábamos cumpliendo en ningún momento): nos vamos al Hamman al llegar a Larache, ¡¡y todos invitados!! Es una magnífica noticia, pues por fin podré comprobar cómo se realiza de verdad.

Al llegar a Larache hacemos los preparativos con prisas (aquí es cuando recuerdo que ¡no he echado bañador en la maleta!), para no perder ni un minuto y poder realizar el ritual de lavado tranquilamente. La noche cae temprano, pero para nuestros cuerpos aun hay vida. Nos organizamos en taxis y vamos llegando poco a poco al Hamman, de reciente construcción y que se encuentra en una de las zonas residenciales de Larache. En la puerta nos explican el funcionamiento del mismo, donde Omar, Vilel y Amin nos harán de anfitriones y nos guiarán. Al principio todo son dudas, y empezamos colocándonos en la sala que no debíamos, pero pronto enmendamos el error y realizamos el “ritual” completo, con los diferentes pasos, quedando como nuevos en poco más de una hora. A la salida, nos recomiendan cena ligera y a la cama, pero ya en el taxi comienzan a despertar nuestros estómagos occidentales poco acostumbrados a acostarse sin cenar, y de forma casi espontánea, nos plantamos casi todo el grupo para cenar juntos, ¡¡y algunos doble!! Una vez bien lleno el buche, a mi me espera la cama, pues esta vez sí que la necesito…mañana una ciudad que no me es desconocida, pero desde una óptica muy diferente. Antes de dormir, unas pequeñas reflexiones me hacen notar que, aunque el día no ha sido demasiado enriquecedor en cuanto a conocer la ciudad de Tetouan, lo ha sido en otro sentido, más importante, y es que el grupo de alumnos cada vez se parece más a un grupo de amigos. Y con esta idea en la cabeza y una sonrisa en los labios apago la luz esperando al día siguiente, pero me duraría poco, pues sin tiempo para entrar en el sueño profundo Joselu, mi compañero de habitación y aventuras, me despierta para llegar a una reunión en la habitación de Jesús, que cierra las celebraciones por su cincuentena. Tras este lapsus en mi descanso, me vuelvo a la cama, aun sin darme cuenta de que el ecuador del viaje está más cerca…