Diario de Pedro Gallego VI

DÍA 5: LA HARINA, EL ALMUERZO Y LOS RAPEROS

La cama no está dispuesta a darme tregua. Cada mañana me despierta más temprano, ¡y eso que hoy teníamos un poco más de tiempo para dormir! Pero no puede ser, mi cuerpo me pide a gritos que exprima hasta el último instante que me queda en Marruecos. Y es que hemos superado el ecuador del viaje casi sin darnos cuenta…

Magnifico desayuno, buena compañía y charla (cada vez son más los que se animan a madrugar un poco y disfrutar de una buena tertulia, en algunos casos metafísica) son una buena forma de empezar el día. Omar llega cargado de energía, posiblemente ya recuperado del varapalo del día anterior. Su presencia se hace cada vez más indispensable para mí, pues poco a poco y casi sin darme cuenta se ha convertido en un grandísimo amigo. Un paseo y un par de compras agotan el tiempo mientras esperamos a que todos estemos listos. Aunque esta vez no se espera, pues la visita a la fábrica harinera la realizaremos en un autobús local que debemos coger en el Colegio Luis Vives. Vamos andando, y así aprendemos el camino para la fiesta que esa noche se celebra allí, y en la que somos invitados de excepción, o eso creíamos. El bus que nos traslada a Ksar El Kebir, pueblo donde se encuentra la harinera, seguro que no pasaría casi ninguno de los controles de calidad españoles, pero se trata de un trayecto corto…además, las mentes ya están en la “etapa” siguiente: el almuerzo en casa de las alumnas y alumnos marroquíes.

Tras un camino que, a pesar de ser corto, se hace eterno, nos reciben dispuestos a enseñarnos cómo funciona la fábrica, desde que llega el grano hasta que salen los sacos cargados de los distintos tipos de harina. Aunque el proceso no es demasiado interesante para el grupo, no deja de ser curioso cómo está todo informatizado, limitándose el personal a tareas de control y supervisión, y a algunas tareas tradicionales que ninguna máquina puede hacer (como recoger el grano caído y desatascar un filtro).

En cambio, me llama bastante la atención que, a pesar de lo informatizado de gran parte del proceso, el llenado y sellado de los sacos ¡continúa haciéndose a mano! Es un ejemplo de esas paradojas que podemos encontrar en este mundo…

Tras las fotos de rigor que nos ayudarán a “financiar” el viaje, emprendemos el camino de regreso con la mente puesta ya en el almuerzo que nos espera en casa de nuestras anfitrionas. Y así es, con apenas 40 minutos de tiempo libre, lo justo para dar una vuelta y comprar un par de cosas, llegan nuestras guías Rachida y Yousra a recogernos y nos conducen a Manuel, Pablo, Sergio y a mí a casa de Anna, donde nos encontramos con las demás: Khadiya, Soukayna, Aicha y la propia Anna.

A nuestra llegada se apresuraron en vestirse para la ocasión con unos trajes de colores vivos y con impresionantes bordados. La casa de Anna es bastante grande, con varias plantas y una decoración rica y bonita. Primero, estuvimos en un saloncito cercano a la entrada, en la planta baja, que estaba coronado por un gran sofá en tonos turquesas y dorados, y que impresionó bastante, más aun siendo una casa particular…cuando subimos a la primera planta, encontramos un enorme salón con dos estancias bien diferenciadas por colores y decoración distinta, todo de colores vivos y decorado con mucho gusto (sobre todo si el que lo mira es un apasionado de la decoración no tradicional y el colorido). En esta estancia es donde pasaríamos todo el rato, entre un salón y otro. Como acompañante en la velada se situó la pequeña prima de Anna, que contaba con cinco años y una cara muy graciosa.

Pronto comenzó a sonar la música, y lo que había estado intentando evitar durante todo el viaje, bailar, hizo acto de presencia rápidamente, y aquí no hubo escapatoria…pero la vergüenza solamente dura unos segundos, y pronto estábamos todos bailando juntos en el centro del salón, algunos con más gracia que otros, pero divirtiéndonos, que era lo importante. Este ejercicio es bueno para abrir el apetito, y si hubiéramos sabido la fuente de comida que nos deparaba el futuro, ¡seguro que hubiésemos bailado muchísimo más! Porque cuando llegó la hora de comer, y nos dispusimos en torno a la mesa, apareció por el umbral de la puerta una enorme fuente de cuscús con verduras y pollo, y que por mucho que lo intentamos, no fuimos capaces de acabar… y para beber, una especie de yogur líquido hecho solamente batiendo la leche y dejándola reposar en frío durante 48 horas, y que para aquellos que le guste el sabor natural sin azúcar resultaba muy sabroso.

Entretanto, conocimos a la madre de Anna, amable señora, a la que agradecimos el afán con que nos había preparado el suculento plato de cuscús. Durante el ataque a la montaña de cuscús, y a la posterior bandeja de frutas (que, por cierto, también era enorme), charlamos, reímos, nos divertimos,…como si nos conociéramos de más tiempo, hasta tal punto que, dentro de mí, algo me insistía en que estaba en casa, o en un lugar muy parecido a ella…

Después de una comida no libre de incidentes y curiosidades (cuidado Pablo, no se te vaya a ir el cuscús por otro lado con la risa…) pasamos a la sesión de fotografías con las chicas y ataviados con una chilaba de alguno de los familiares de Anna; y aunque mis compañeros siguieron, yo me marché a una cita con Omar y con Najla, alumna del año anterior a la que tenía muchas ganas de ver.

Tuve que correr un poco, pero finalmente llegué a la cafetería donde estaban, y al verla, los sentimientos me golpeaban en el pecho: la ilusión por volver a verla después de tanto tiempo, el cariño y aprecio que le profeso, los recuerdos y sensaciones del año anterior que reviven tras tanto tiempo enterrados. Apenas estuvimos juntos una hora, pero recordamos algunas cosas, charlamos de qué hacíamos ahora y de los planes del futuro; y ahí llegó la sorpresa bomba: ¡¡me invitaba a su boda en verano!! Yo no lo podía creer, y acepté sin pensarlo, pues para mí es todo un honor y una gran oportunidad de conocer en primera persona cómo se celebran aquí las bodas, que además era el tema que teníamos que preparar para el viaje. Rápidamente lo organizamos todo, y mi hermano de Larache, Omar, me abrió las puertas de su casa para poder quedarme allí el tiempo que durase la boda, pues él también estaba invitado.

Tras un breve paseo y otra triste despedida (esta vez menos, porque sabíamos que en verano nos veríamos otra vez), y aun alucinando por la noticia, Omar y yo nos apresuramos al hotel para ducharnos y prepararnos para la fiesta en el Colegio Luis Vives, que según lo que rezaban las invitaciones, era un concurso de hip hop. Tengo que confesar que no soy un enamorado del hip hop, pero solamente era la excusa para volver a estar todos juntos, y tenía muchas ganas de que nos reencontráramos…no sabía lo que nos esperaba en el Luis Vives. Omar y yo llegamos bastante temprano, en gran parte por la presión ejercida sobre mí por Omar (pues yo estaba en una nube con todo lo vivido y no atendía a horarios), y nos encontramos allí con el profesor Acnur Radmuni, otro de nuestros fieles compañeros de viaje. Y fue allí donde empezaron nuestros problemas con el acceso, pues no todos los alumnos marroquíes tenían invitación, y el sistema de seguridad implantado por la organización era muy férreo.

Poco a poco, y con la intervención de Radmuni, los profesores españoles (que ayudaron a través de sus homónimos del colegio) y de uno de los porteros, que me dio varios pases sin usar, fuimos introduciendo en la fiesta a todos los alumnos y alumnas que se habían quedado fuera, consiguiendo que estuviéramos todos juntos. Además, se incorporaron al grupo “oficial” otros miembros que, aunque no participaran en el proyecto desde el Lyceé, son grandes compañeros y verdaderos amigos, como Imad (que volvió rápido desde Tetouan para estar con nosotros) e Ibrahim. Y aunque la fiesta no fue lo esperado, pues la música y el ambiente no acompañaban demasiado, fue una buena ocasión para estar juntos y despedirnos de algunos compañeros, además de para intercambiar regalos…

Después de la fiesta, y antes de que saliera todo el mundo, decidimos abandonarla y caminar juntos hacia el bar del cuñado de Omar, que ya habíamos frecuentado anteriormente, en busca de una buena cena. Algunos alumnos y alumnas marroquíes nos acompañaron en la cena ya que, al ser un día especial, podían volver un poco más tarde a casa. Y tras cenar alegremente todos juntos, paseamos hasta el Balcón del Atlántico, ese maravilloso mirador del que no me cansaré, y que es el centro de vida social de la ciudad. Una buena charla, algunas fotos y muchas, muchas risas, cerraron la velada, en la que Omar y yo cerramos aun más nuestra comunión como hermanos con un paseo con charla profunda, mientras acompañábamos a casa a Anna, Rachida y la hermana pequeña de ésta.

A la vuelta al Balcón, ya no quedaba nadie, así que regresamos al hotel, donde mi cama esperaba. Nada más lejos de la realidad, pues lo que iba a ser una breve parada en el dormitorio de Monica, Mihaela y Juana se convirtió en una larguísima aunque enriquecedora charla, que me unió mucho más a las chicas, y en especial a la que, desde ese momento, sería¡ ¡¡MI PRIMA!! (Mihaela, eres la mejor!)

La cama esperaba tras la ducha, y esta vez no hubo apenas tiempo de reflexión, pues el sueño me venció rápido, pero ya con el sabor agridulce en la garganta de que la aventura comenzaba a acabarse…