Diario de Pedro Gallego VII

DÍA 6: EL MOMENTO MÁGICO DE UNIÓN Y LA DESPEDIDA

¿Cómo dos cosas tan diferentes como ésas pueden suceder tan cercanas en el tiempo? Esa es la pregunta que desde aquel día se repite en mi cabeza. Pero no nos adelantemos…

Hoy se me pegan las sábanas un poco más, fruto de que anoche nos enredamos hasta tarde, pero aun así soy el primero en llegar a la cafetería… ¿el primero? NO!! Allí está Omar, que me dice que César y Adolfo ya se han marchado, ¡y no he podido despedirme! Bueno, ellos ya saben de sobra que les deseo lo mejor para el regreso y para su siguiente aventura. Desayunamos juntos mientras charlamos sobre el día anterior y sobre el futuro de ambos: nuestros planes, deseos y sueños, compartiendo un poco más nuestra intimidad en busca de ese equilibrio perfecto que existe entre los amigos. Algunos compañeros comienzan a aparecer, esta vez más temprano, quizás porque vean que les queda poco tiempo y hay que aprovecharlo…

Esta mañana nos espera la visita a la Escuela Naval, situada muy cerca del mar, a un paseo no demasiado largo. Es una visita de cortesía, pero resulta muy interesante, pues nos enseñan todas las dependencias. Además, la hacemos acompañados de algunos amigos marroquíes, que, al igual que nosotros, ven cercano el final y quieren aprovechar al máximo el tiempo que nos queda. Durante la visita nos mojamos, y es que el tiempo, que nos había respetado todo el viaje, comienza a saber que nos vamos, y deja nubarrones cargados de lluvia que intermitentemente descargan chaparrones sobre nuestras cabezas.

Durante el paseo de vuelta hacia el centro los grupos se dispersan, en busca de tiendas donde comprar los pequeños detalles que llevar a nuestras familias, mientras pasan las horas casi sin darnos cuenta. Yo aprovecho para mezclarme con el gentío, escuchar sus conversaciones (aun sin entender nada), ver el ambiente y el andar rápido de las mujeres cargadas con bolsas,… ¡¡cómo lo voy a echar de menos!! La mañana pasa rápido entre negocios y risas, donde ponemos en práctica nuestras “dotes” de regateo, algunos con más éxito que otros (eso va por ti, Mónica), para acabar dándonos cuenta de que todo está cerrando, y eso quiere decir que… ¡son las dos! Y aun sin comer.

Huyendo de los kebabs que han sido buena parte de nuestra alimentación, les llevo al restaurante donde solíamos vernos con los alumnos del año anterior, y que cuenta con un salón superior donde podemos almorzar tranquilamente, esperando que llegue la hora de marcharnos al Liceo. Allí almorzamos un buen grupo de amigos, que cada vez lo eran más, y nos reímos recordando ya algunos momentos del viaje. Entre nosotros estaban Imad y Omar, que a estas alturas son ya parte fundamental de toda nuestra historia.

El liceo Mae Al Ainaine se encuentra a los pies de la carretera que tantas veces hemos recorrido con el autobús entrando o saliendo del pueblo y, como ya no contamos con nuestro querido amigo Yunes, debemos ir caminando. Yo lo hago junto a Omar, el que desde la hora del desayuno ha sido mi compañero inseparable, aunque junto al resto del grupo. el camino se hace corto con tanta charla, y es que, a pesar de llevar juntos varios días, siempre quedan cosas que contar, cosas que decir. Una vez llegamos al instituto, volví a sentir algo que desde mi primer viaje no sentía: las miradas penetrantes de todo el mundo a mi alrededor. Es algo normal en este tipo de situaciones, pero ciertamente inquietante, pues sientes por un momento que quieren ver más allá de la piel. Pero como cada vez que sentí algo parecido, desapareció tan rápido como llegó, y en un momento nos encontrábamos apilados montones de chicos y chicas en un aula de informática demasiado pequeña para el público que se reunía en ella.

Durante un momento estuve escrutando las caras de mis compañeros sevillanos y pude comprobar que la incertidumbre que me recorría era compartida por todos, pues realmente no sabíamos qué hacíamos allí. Cuando el misterio se desveló, una expresión de sorpresa se apoderó de la audiencia, sobre todo de la española, pues no llegábamos a comprender por qué debía ser esa la temática de esta última visita. Pero bueno, a estas alturas ya poco importaba, y lo fundamental era que funcionase… y no se consiguió, pues diferentes problemas técnicos no permitieron a Jesús dar la charla que tenía planificada. Pero como no hay mal que por bien no venga, este momento de reunión fue aprovechado para intercambiar direcciones de mail con los alumnos allí congregados.

El mejor momento de la visita llegó a la salida del aula, con las fotos de grupo. Como cada vez que tenemos que hacer una foto de este tipo, son muchos los comentarios, las bromas, las posturas y, sobre todo, las risas. Y desde allí nos pusimos en marcha a la merienda en casa de Yousra, que nos había invitado a ¡¡todo el grupo!! a merendar a su casa, y donde nos esperaba uno de los momentos más especiales de todo el viaje…. No obstante, mientras todos se dirigían hacia allí, Omar y yo dimos un pequeño rodeo para volver a ver a Najla y sus amigas, y despedirnos de ella hasta el verano, momento en el que volveré para presenciar su boda.

Cuando llegamos a casa de Yousra encontramos varias bandejas llenas de comida, así como una tarta casi acabada que había hecho especialmente para celebrar el cumpleaños de Sergio, ese muchacho callado que, junto a “su” inseparable Pablo, resultaron ser unas personas estupendas. Tras comer un montón de delicias, algunas nuevas y otras ya conocidas por mí, comenzaron las charlas, los bailes y las risas, así como el intercambio de correos y deseos para el futuro, pues sabíamos que, lentamente, se acercaba el momento de la despedida. Pero nos guardaban una sorpresa: una entrevista que nos tenían preparada sobre las bodas en nuestro país. Y con una cámara de video y Anna en el papel de presentadora estelar, nos dispararon preguntas sobre la tradición española de las bodas, tema que alentó el debate y la disparidad de opiniones entre los propios españoles, pues algunos se ceñían al modelo tradicional “idílico” de boda de “cuento”, mientras que otros defendían la realidad actual de un sinfín de tipos de bodas, tantos casi como parejas existen. No obstante, aceptamos describir el modelo de boda tradicional como el “normal”, mientras que apuntamos que existían otras formas, alejadas de la religión o las grandes inversiones. Algunos planteamos la existencia de una cada vez mayor existencia de parejas que, sin casarse, se aventuran a vivir juntos, y en muchos casos, a formar una familia sin pasar por el altar. Esta revelación fue tomada, en algunos casos, como imposible en Marruecos, además de despertar la sorpresa y el reparo en algunas de nuestras amigas.

Cuando el tema comenzaba a agotarse, la inesperada llegada de la madre de Yousra vendría a cambiarlo todo: le pedimos que, desde su óptica más experta, nos explicara cómo funcionan las bodas en Marruecos. Y gustosamente, en un perfecto español, la señora nos fue explicando los dos tipos de bodas que se dan, así como los detalles de la celebración día por día… hasta que sonó el timbre e interrumpió momentáneamente el discurso, y abrió un nuevo debate, pues se trataba de una señora que cubría toda su cara con un velo (además del riguroso pañuelo) y despertó el interés de todos nosotros en el por qué de su elección y, más profundamente, el por qué del uso del pañuelo. En este punto cabe decir que era sorprendente que una señora de apariencia tradicional permitiera a su hija no sólo no usar pañuelo, sino utilizar un vestuario más propio de la cultura occidental y alejado de lo que su tradición marca. Rápidamente, y vista la disposición que la señora tenía a explicarnos cualquier tema, le preguntamos por la costumbre del pañuelo y el velo, y nos explicó que el Corán establece el pañuelo como prenda obligatoria para las mujeres, así como portar ropa que esconda sus curvas, además de nombrar los usos de las otras prendas como el velo o el burka. Y con un tono duro confesó que la juventud comenzaba a alejarse de estas tradiciones, alejándose igualmente del Islam, afirmación que arrastró las quejas de algunas de las chicas marroquíes, que rápidamente encontraron en la sabiduría de la madre un pozo de razón. Nosotros confesamos que en España, con el catolicismo ocurre lo mismo, pues la sociedad ha ido minusvalorando algunas de las imposiciones de la Iglesia, hasta el punto de quedar como minoritarias, a pesar de que, aun hoy, una gran mayoría se declaren cristianos católicos.

Y al hilo de esto, fuimos enlazando con la relación histórica que desde hace siglos existe entre nuestros pueblos, y en el hecho de que todos provenimos del mismo sitio y nos dirigimos al mismo lugar, donde no existe diferencias raciales, culturales o geopolíticas… así alcanzamos el cénit de la convivencia gracias a esa noble señora que consiguió, por un momento, lo que siglos de cooperación no han conseguido: que no existieran las diferencias; que la distancia que físicamente nos separa desapareciera, y por unos segundos, todos fuéramos realmente hermanos e iguales. Eso provocó las lágrimas de muchos de los presentes pues, aunque emotivo, sonaba a despedida. Y así era, pues los minutos pasaban e iban en nuestra contra; la noche se echaba encima, y el grupo tenía que marcharse, no sin antes escuchar también la opinión de nuestro hermano mayor de Larache, Omar, y la mía propia, que creo ayudaron a reforzar ese clima de amor y confraternización sin barreras que, por unos instantes, se creó entre todos nosotros. Desde ese momento, que llevo grabado a fuego en el corazón, siento que el Estrecho es un poco más corto…

La salida de la casa fue difícil: lágrimas de despedida, cariño, alegría,… son tantas las palabras que podrían describir ese momento; lo que sí estaba presente era el amor, pero no uno cualquiera, sino el AMOR con mayúsculas, ese que no necesita de lo carnal para sentirse, ese que traspasa fronteras y derriba muros; aquél con el que de verdad se ganan batallas,… el amor que sientes por tu familia, tus amigos, tu media naranja y por todas aquellas personas que guardas en tu corazón para siempre, y que desde el momento mismo de amarlas se convierten en capítulos de tu propia historia. Y eso es inolvidable…

Lo que pasó de aquí en adelante quedó marcado por ese momento, que alegró el fin de fiesta, que lo hizo especial, y que convirtió una cena agridulce, una noche de recogida y recuerdos, un caótico viaje en taxi, una larga espera en el puerto de Tánger o un tedioso regreso en autobús en momentos felices, donde se respiraba cariño y unas ganas enormes de volver pronto. Pero para mí son reseñables dos momentos fundamentales de la mañana del viernes: La despedida mientras tomábamos los taxis, donde Omar, mi hermano para siempre, me dijo la frase con la que titulo este relato: “Maldito mar que nos separa”, y que consiguió derrumbarme por su aplastante veracidad; y la despedida de Marruecos, desde la cubierta del Ferry, mientras veía alejarse su línea costera, que esta vez fue más feliz porque sé que, sin lugar a dudas, voy a volver muchas veces, porque como he dicho en varias ocasiones, en Marruecos tengo mi otra casa…

Y con el recuerdo de la línea costera marroquí perdiéndose en el horizonte termina mi relato, menos visual que el anterior, pero mucho más sentido… Cuando alguien me pregunta qué año fue mejor, no soy capaz de contestar, porque simplemente no hay comparación. Lo que sí puedo decir es que, si hoy abro un Atlas y busco el Estrecho de Gibraltar, seguro está un poco más cerca que antes de irnos. Y si no, probad a comprobarlo.