Un lugar extraordinario

MARRUECOS, UN LUGAR EXTRAORDINARIO

Ya desde hacía meses esperaba con ansia la llegada del 14 marzo. Y cuando llegó, no me lo podía creer... NOS ÍBAMOS A MARRUECOS.

Ya en el ferry se podía apreciar nuestros nervios por llegar y conocer a esos marroquíes que durante la siguiente semana serían nuestros hermanos. Desembarcamos en Tánger.

Siempre había escuchado maravillas sobre las personas que vivían allí, pero ni por asomo me podía yo imaginar que nos estarían esperando lanzándonos besos y saludándonos nada más salir del ferry. El encuentro fue muy bonito pero todos estábamos un poco tensos. Ya en el autobús al sentarnos con ellos pudimos conocerlos más. Esto me sorprendió mucho ya que apenas nos conocíamos y ya ellos te hablaban con total confianza y te lo contaban todo. Ese mismo día, dimos una vuelta por Tetuán y nos pegamos una paliza de andar, pero a mí no me importo mucho adentrarme entre la calles y ver a todo el mundo que me rodeaba con fascinación, pues todo lo que veía me cautivaba ya que todo era diferente a lo que ya había visto antes: mujeres con trajes que le tapaban todo el cuerpo, hombres vestidos con túnicas con gorritos puntiagudos, puestos de comida cada dos pasos.... Después de recorrernos de arriba a abajo la ciudad como tres veces, nos sentamos a descansar en un pequeño café donde todos pudimos disfrutar de un delicioso té. A mí nunca me había gustado el té, pero no sé qué le ponen al té de allí que lo hace irresistible. Más tarde, volvimos a coger el autobús hacia un restaurante donde todos juntos cenaríamos para conocernos y poder hablar mejor. La verdad que la cena fue genial, todo el mundo estaba sonriendo y disfrutando del momento y como no hablando todo el mundo. Recuerdo que ese primer día ya sabía que este viaje iba a ser inolvidable y perfecto en todos los sentidos. Y así fue.

Ya el segundo día fuimos a una zona pesquera donde nos montamos en barquitas pequeñas para disfrutar de un paseo por la laguna donde pudimos observar a muchos pescadores y especies de aves. Las barcas nos dirigieron hacia una playita desierta donde todos comimos y reímos. Pasamos un rato estupendo pues éramos como niños chicos, sin importarnos nada, solo pasarlo bien. Fue mi momento favorito.

El tercer día, después de “media horita” en el autobús, por fin llegamos a la montaña. Nos llevaron por un sitio súper escarpado y hasta hubo un pequeño desprendimiento al otro lado de la montaña, ¡Qué miedo! Después de andar por allí, comimos en medio del camino unas alubias, pescaíto frito y un magnifico té. Fue fantástico poder comer al aire libre teniendo esas vistas tan espectaculares de todas las montañas. Luego fuimos a un río donde en un momento nos unimos a una fiesta que había allí y empezamos a bailar y cantar.

Cuarto día: visitamos unas ruinas chulísimas en Rabat donde había laclacs (cigüeñas ) y nos engañaron y nos dijeron que pájaro era piopio y todo el día haciendo el ridículo. Después de eso, visitamos un lugar donde estaba enterrado un antiguo rey y todo era muy solemne. Todas la paredes blancas de mármol tenían unos grabados perfectos. Un hombre, al lado de la tumba, recitaba el Corán. Al lado, estaba la supuesta torre gemela a la Giralda, pero de gemela no tenía nada. La de alli era mucho más grande y preciosa aunque estaba sin terminar.

Comimos en un bar, y en dos segundos montamos una fiesta cantando y bailando alrededor de todas las mesas, vamos, en España nos hubieran echado. Después de recuperar energías con un tajín delicioso fuimos al zoco de Rabat, donde había una especia de niebla que después supimos que era la arena del desierto. En el zoco fue caos total, nos perdimos todos y acabamos por grupitos de 6 ó 7. Había muchísima gente y un montón de puesto con infinidad de cosas.

Al quinto día yo ya veía el día del regreso demasiado cerca, pero aun así la ilusion de seguir conociendo un poco más Marruecos no cesaba. Este día visitamos Ifrane, comimos allí y dimos un muy agradable paseo. Como habíamos estado mucho tiempo alli, en Meknes solo pudimos estar 30 minutos y lo malo fue que eran 30 minutos españoles no 30 minutos marroquíes. Lo justo para ver el zoco y un portón enorme con miles de detalles preciosos.

Dia 6: Por la mañana visitamos el zoco y puerto de Larache. Después de comer en un bar con todos nuestros amigos dimos una vuelta por todo el Paseo Marítimo ¡¡hasta un chico se bañó en el espigon!!

Para ir a los baños árabes cogimos un taxi, ¡Que mala idea! Si ya de por si daba miedo andar por las carreteras pues los pasos de cebra estaban de adorno y no había un solo semáforo, ir en taxi fue aún peor. El hombre estaba muy seguro de sí mismo e iba esquivando a todo el mundo, ese es el encanto que tiene Marruecos, que se rigen por sus propias normas, allí no pasa nada porque todos están pendientes de todos.

Séptimo día: Durante toda la mañana visitamos la Escuela Naval. Para comer fuimos a casa de Omayma, una casa humilde. Comimos allí como 15 personas un cuscús delicioso. Estuvimos todos riendo y hablando todo el rato. Y al final, como no, un delicioso té. A mí no me podía caber en la cabeza como estando todos juntos nos lo podíamos pasar tan bien y me dio un poco de pena que eso en España no fuese así. Merendamos en casa de Gabriel donde nos puso unas bandejas enormes de pastelitos que estaban buenísimos. Luego fuimos a la fiesta en el colegio. Me dio mucho coraje que ese día fuese el derbi pues muchos se fueron a verlo a los bares. Todas las chicas llevábamos una chilaba que nos habían regalado nuestros amigos. Todo fue diversión hasta que la fiesta se terminó y tuvimos que volver al hotel, nadie se quería ir y tener que despedirse la última noche. Muchos lloraron y yo no puedo negar que alguna lagrima se me escapó, pero es normal, por todos los momentos vividos.

El día de la vuelta, por la mañana desayunamos en el mismo sitio de siempre con las mismas personas de siempre, pero no era el ambiente de toda la semana. Los 'buenos días' ya no sonaban con alegría y entusiasmo, sino con tristeza. Todos estuvimos muy silenciosos mientras desayunábamos, mirándonos unos a otros sin saber muy bien que hacer o decir. Después de una semana totalmente sublime, llegaba el adiós con una amargo sabor. Todos estábamos tristes y cuando el minibús arrancó, pude ver en todos mis compañeros que todos nos íbamos con la misma sensación: querer volver.

Allí he conocido a gente realmente extraordinaria y genial, a las que siempre recordaré. Cada palabra amable que decían la tengo grabada en mi cabeza y creo que a todos nos han enseñado mucho respecto a los valores que tienen. Hemos aprendido muchísimo con este viaje pues no solo hemos visto lugares, hemos hablado con la propia cultura de Marruecos, esa que no se enseña en ningún libro.

Además de haber podido conocer a gente marroquí, también hemos conocido a nuestros propios compañeros de aquí, hemos estrechado lazos más fuertes y lo más curioso es que nos hemos conocido un poquito más a nosotros mismos. Al menos yo pienso que este viaje nos ha enriquecido en todos los sentidos.

Por último, dar gracias a todos los que han hecho posible este viaje, mejor dicho, este sueño que se ha hecho realidad.